¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estáis?
Hoy vengo a hablaros de una película
que me conmocionó hace poco, hablaré de una manera bastante subjetiva y tampoco daré muchos detalles sobre la película en sí, si no más bien de cómo me llegó, de todos modos encontraréis algunos
spoilers, ¡aviso de antemano!
La película se llama Tekkonkinkreet
y es la adaptación de un manga
dividido en tres volúmenes del año 1993, del autor Taiyō
Matsumoto. La adaptación data del 2006 y está dirigida por Michael
Arias. Es animación japonesa, pero el estilo difere bastante de lo
que solemos entender como anime, incluso se separa de la evolución
del anime convencional. Que eso no eche para atrás, sin embargo, a
quienes estéis acostumbrades al estilo más común, pues os sorprenderá
gratamente.
La
historia se sitúa en Takaramachi, la Ciudad del Tesoro, dónde viven
dos niños huérfanos llamados Kuro (Negro) y Shiro (Blanco). Cada
uno de ellos tiene una personalidad muy peculiar. Se cuidan entre
ambos, como hermanos, en una ciudad asalvajada y violenta.
Los niños, adaptados
a un estilo de vida vagabundo, sobreviven robando lo justo para comer
y subsistir. Son conocidos en el barrio como los Gatos callejeros, y
la gente les teme. Asimismo son amigos de bandas callejeras, e
incluso de la policía, que, en cierto modo, les protege. La
problemática llega cuando una banda de yakuzas intenta hacerse con
la ciudad. Kuro se siente atacado y se enfrenta a ellos, lo cual
lleva a que la mafia acabe queriendo exterminarlos.
La
ternura es la base de esta película. El amor fraternal, los cuidados
entre hermanos, la inocencia entre lo salvaje. El personaje de Shiro
me cautivó: cómo vive su infancia y su fragilidad envuelto en
problemas que no acaba de entender, su necesidad de apoyo y cariño
por parte de Kuro, su hermano mayor. La casa que han creado entre
ambos es una pared de chatarra en mitad de la calle, con un coche en
un párking abandonado como cama. Sin embargo, esa pared contiene
tesoros, incluso cuidan a un pez en una pecera. Blanco se expresa
desde la ingenuidad y la imaginación, no tiene miedo a ser él mismo
y forma parte de él su vestimenta (gorros de animalitos y colores
extravagantes) como desafío de la verdadera personalidad ante el
mundo.
Kuro,
el niño mayor, tiene una voluntad de hierro y una valentía sin
igual. El cómo es capaz de apartarse de Shiro al entender que, en
una ciudad llena de peligros y con yakuzas buscándoles para
asesinarlos, es mejor dejar ir a Shiro con la policía para que se
encarguen de él, es aún más fuerte que ante el hecho de enfrentarse él solo a una banda de yakuzas armados y peligrosos.
El
Minotauro, un personaje legendario del que todo el mundo habla, se
muestra más tarde como parte de la personalidad de Kuro en cierto
momento en que la amenaza no podría ser más terrible y, además,
en un momento en que el pobre Kuro ha perdido la cabeza debido a la
separación de Shiro, al que ya no tiene como foco al que entregarse, al que cuidar y proteger, fomentando su parte más humana. Esa parte de Minotauro pertenece, en
realidad, a todas las personas, y el cómo logra enfrentarla es digan
de ser visionada, así que prefiero no contarla y dejar que la viváis
vosotres mismes.
“I believe in you, Black. Even if God looks the other way. ”
El
final de la historia es prácticamente perfecto, la alegría que deja
es la satisfacción de ver a dos niños inocentes al fin juntos, disfrutando de las bellas
cosas que les ofrece también el mismo mundo gris que les daña, creando entre ambos su propio
camino juntos y por separado, centrándose en las cosas buenas y, a
su vez, fortaleciendo su vínculo. Que Shiro, creando un castillo de
conchas, coloque en el centro un objeto que Kuro le entrega, muestra
la importancia que le otorga a su hermano como guía.
Esta
película también demuestra cómo quién poco tiene mucho puede dar.
Cuando no tiene nada que perderse, la sabiduría y la entrega son más
puras. Así es el personaje del Abuelo, un sin techo que ayuda a
estos dos niños a encontrarse a ellos mismos desde una guía adulta. Existen, además, otros personajes, yakuzas, que muestran grandes sentidos de responsabilidad de sus actos y, mediante una subtrama, se explican sus historias, dignas de ser seguidas hasta el final.
Cargada
de simbolismos, de magia, de una ternura que embriaga el alma, no os
dejará indiferentes. La estética distópica hace que los escenarios
sean dignos de mención. Lo mejor para esta película es dejarse
llevar por los signos que dejan en el aire, por la personalidad de
sus personajes, por las intenciones de protección y hermandad que
demuestran los dos niños frente a un mundo salvaje y punzante que
se han visto obligados a afrontar. La fragilidad de sus infancias
conmueve a lo largo del film y la lealtad que se demuestran es la clave de su relación. Ya veis que hablo poco de personajes como el adversario supuestamente principal, Snake, que pretende asesinar a los niños y hacerse con el control de la ciudad. Hablo de supuestos ya que el principal enemigo es la personalidad más oscura de Kuro. Kimura es también otro personaje importante, pero al ser una reseña tan subjetiva, preferí hablar de los dos críos que tanto me llegaron, el resto os lo dejo a vuestro criterio.
Por
mucho que escriba, es difícil que logre expresar con palabras cómo
llegué a emocionarme con esta historia, en especial con los
sentimientos y la delicadeza interior de Kuro y Shiro. Es necesario verla un par o tres de veces para captar toda la profundidad entre líneas que esconde, tiene mucho que enseñar y ofrecer como historia. Mi puntuación de esta película es un 8 en cuánto a historia y un 7 en cuánto a estilo.
Con mis mejores deseos os dejo, esperando haber despertado en vosotres la curiosidad para verla. Si ya la habéis visto, ¿qué os pareció?
Hasta la próxima,
A.